Conozco a numerosas personas, algunas de ellas impensables, que aseguran haberse puesto de acuerdo con la vida, y sentirse inmejorablemente desde que visitan cotidianamente el gimnasio y hacen yoga e incluso meditación. Me aconsejan con la mejor voluntad practicar esas actividades que a mi ignorancia le resultan esotéricas intuyendo el vacío de mi existencia. Y celebro que seres tan normales hayan encontrado refugio tan terapéutico, pero creo que si lo intentara me sentiría como un pulpo en un garaje. Y deduzco, cuando veo a tantos ancianos intentando pasear en medio de calles tomadas por infinitas hordas enganchadas sin tregua a un teléfono y que tampoco piden excusas a los que atropellan, que otro recurso de los viejos para matar el infinito tiempo es sentarse durante múltiples horas delante del televisor. Droga muy chunga, capaz de embrutecer los sentidos y que provocaba alteraciones mentales y físicas bastante desagradables.
Fuente: elpais.com