Pertenezco al grupo de seguidores del béisbol que entiende Barry Bonds debe ingresar al Salón de la Fama. También sospecho que el uso de esteroides convirtió al que competía con Ken Griffey Jr. por ser el mejor pelotero en los 90’s en el bateador más temible que las generaciones Boomers, X, Millenials y Z haya visto.
Corría mayo de 2006 cuando el colega Severo Rivera abrió su cuenta en Amazon y me agradó el cumpleaños 27 con una copia de Game of Shadows, el bestseller de dos reporteros del San Francisco Chronicle que desnudó la estructura montada por Víctor Conde en la empresa BALCO para convertir a atletas buenos y en leyendas, incluyendo a Bonds.
Leer ese libro me convenció de que el rey de cuadrangulares se dopó, pero no me hizo satanizarlo. Acudió a las jeringas en una época donde la MLB miraba para otro lado y ni siquiera tenía un programa que castigara su uso. ¿Cuál fue su pecado si nada lo impedía? Fue en 2004 que arrancó el programa.
A los 33 años, Bonds ya tenía un expediente bien avanzando para llegar a Cooperstown ese 1998 cuando se sintió ninguneado por Mark McGwire y Sammy Sosa en esa histórica batalla de jonrones.
La segunda parte
Entonces, el ahijado de Willie Mays no tenía 2,000 hits (1,917), tampoco 500 jonrones (411) o 1,500 impulsadas (1,216). Sin embargo, en esas primeras 13 temporadas entre Piratas y Gigantes ganó tres MVP, fue a ocho Juegos de Estrellas, recibió ocho Guantes de Oro, siete Bates de Plata y acumuló 99.9 victorias sobre nivel reemplazo (WAR). Más que Carl Yastrzemski y Roberto Clemente en sus carreras.
Su línea ofensiva era de .290/.411/.556 con OPS de 966, un 40-40 y su aporte ofensivo llegaba al 64 % por encima de la media de la liga. Era cuestión de un lustro aun por debajo para sellar su boleto.
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No obstante, lo que Bonds hizo desde 1999 fue tan grosero como esas persona que adquiere riqueza sin soporte fiscal, pero que no tiene reparos en enrostrarla en su entorno natural donde cuesta llegar a fin de mes o a patrimonios levantados por décadas.
Entre los 34 y 39 años, edad en la que la mayoría de bateadores se desploman, Bonds perfeccionó el arte de batear que hizo más racional transferirlo, así sea con bases llenas, que lanzarle. No importaba si en la lomita estuviera Pedro Martínez o Greg Maddux. En ese tramo disparó 351 jonrones (más que los pegados por José Bautista, Robinson Canó o Miguel Tejada en sus carreras), su OPS fue de 1.217 y su OPS+ estuvo un 114 % por encima de la media.
- Bonds no falló a pruebas de dopaje entre 2005 y 2007, pero convenció al jurado de la BBWAA como al Comité de Veteranos de que alteró su rendimiento con los fármacos.
Fuente: diariolibre.com